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miércoles, 20 de agosto de 2014

El Tajo de Ronda



   “Recuerdos históricos, leyendas populares, raros monumentos, costumbres diferentes, efectos sublimes de una naturaleza grandiosa, caminos difíciles e ignorados, Ronda posee todo cuanto puede atraer la curiosidad del temerario viajero”, así se expresaba el escritor, poeta e historiador francés Antoine de Latour en 1848, uno de aquellos viajeros románticos, precursores del turismo actual, que de una manera o de otra divulgaron el arte y la cultura de muchos pueblos y ciudades, aunque a veces sus testimonios sean discutibles.


   Ronda y su serranía se asientan en el centro de la comunidad autónoma andaluza, entre Málaga, Cádiz y Sevilla, tierra de bandoleros y toreros, de historia y de leyenda, elogiada por escritores y artistas, se eleva sobre una meseta cortada en seco por las paredes del “Tajo” y la profunda garganta del río Guadalevín.



   El famoso Tajo de Ronda divide la ciudad en dos zonas, de un lado la Ciudad, el barrio más antiguo, la Ronda primitiva y musulmana, con más monumentos e historia; y del otro el Mercadillo, la que creció tras la Reconquista, donde se ubica la conocida Plaza de Toros, construida en 1785, las más antigua de España.


      Entre una y otra en realidad hay tres puentes. En la parte baja, dando entrada a la medina medieval, el Puente Viejo conocido como Puente Árabe aunque construido en el siglo XVI. Desde aquí podemos ver más abajo el Puente Romano, de origen árabe, el más antiguo de los tres. Por último el más conocido, el Puente Nuevo, que une las dos mitades de Ronda en su punto culminante. Es sin duda la construcción más importante de esta bella localidad, declarada Conjunto Histórico Artístico.


   Todos buscan el lugar más apropiado para conseguir la fotografía del monumento, algunos bajando desde la Plaza María Auxiliadora o Plaza del Campillo por el sendero empedrado de los Molinos para contemplar desde diferentes lugares un impresionante puente sostenido por tres enormes arcos de medio punto.



   La visión contraria sería asomarse desde el Mirador o desde los petriles del Puente, para sentir el inevitable cosquilleo producido por los cerca de 100 metros de verticalidad, de una vista espectacular que cae a plomo, de casas colgando desde el mismo borde del precipicio, pero al mismo tiempo contemplando una magnífica panorámica de la zona serrana. Es una inolvidable sensación rondeña.


   Hubo una primera construcción, que se terminó en 1735, cuyas obras tan sólo duraron 8 meses, pero aquel puente fue derrumbado seis años después por una fuerte crecida del río Guadalevín. Unos años más tarde se iniciaron las obras del Puente que hoy conocemos, en 1751, y finalizaron en Mayo de 1793.


   “Es la maravilla de Ronda, es el Puente, no tiene otro nombre: se le llama el Puente, al igual que a Roma se le conoce por La Villa. El Puente es Ronda”, así describía Anatole Demidoff, uno de los Viajeros Románticos, en 1847, esta impresionante obra de ingeniería.
   Llamada Arunda en la época de los celtas, por Ronda pasaron los romanos, visigodos y de manera especial los musulmanes, pues ellos la encumbraron hasta convertirla en una de las plazas fuertes de Andalucía.


   La localidad rondeña tuvo su primera etapa de esplendor como reino de taifas, allá por el siglo XI, y mantuvo un gran desarrollo hasta el siglo XVII, pero con el auge del bandolerismo cayó en decadencia. Por suerte, los viajeros románticos del siglo XIX y los turistas modernos permitieron, junto con la agricultura y el comercio, la prosperidad actual.


   “¿Dónde aquel embeleso, aquella ansia de ciudad típica andaluza, de mejor pueblo, aquella seguridad para después, aquel tiempo detenido?. Esta es, aquí está Ronda, Serranía de Ronda.
   Ronda alta y honda, rotunda, profunda, redonda y alta ...”, bonitas palabras de Juan Ramón Jiménez.


   Si cruzamos el Puente Nuevo y atravesamos la Ciudad o parte antigua de Ronda, dando un paseo, subiendo por la calle Tenorio o la calle Armiñan llegamos a la Plaza Duquesa de Parcent, antigua plaza mayor, donde hoy se ubica el Ayuntamiento y la Iglesia de Santa María la Mayor, uno de esos lugares deslumbrantes llenos de un encanto especial.



   Durante el recorrido, en la misma plaza y en toda esta zona podemos apreciar “esa mezcla de arquitecturas con interioridades islámicas, en callejas de sabor igualmente andalusí, acuña la singular fragancia de la ciudad rondeña, que no es sino el más puro arquetipo del mestizaje andaluz”.



   La tranquilidad y quietud señorial de la Ciudad contrasta con la vivacidad y el dinamismo del Mercadillo, que después de la conquista cristiana polarizó la mayoría de las actividades, tal y como sucede en la actualidad. Se dice que en Ronda la vibración y el pulso cotidiano ganan intensidad en la cresta del Mercadillo.


   Desde el Puente Nuevo hasta la Carrera de Espinel, conocida popularmente como calle La Bola, zona de tiendas, peatonal y de un kilómetro de longitud, la ciudad se transforma, la actividad comercial no cesa día tras día, un poco a medias entre ciudad tradicional y bazar.



   Muy cerca, la concurrida y acogedora Plaza del Socorro con una hermosa y representativa fuente, pues en la parte delantera aparece el escudo de Andalucía. Hay quien recuerda que fue precisamente en Ronda donde la bandera de Andalucía, blanca y verde, fue elegida por la Asamblea Andalucista en 1918.

                 Serranía redonda,                     Tu vences, paz de Iberia
                 plaza de Ronda.                        mi Ronda pura,
                 Y la luz del toreo                      plaza de luz sin feria,
                 mide su onda.                           rosa que dura.
                        (...)                                                    Gerardo Diego



     El Puente Nuevo conduce a la reluciente Plaza de Toros rondeña, el segundo centro de atracción, otro de los emblemas de esta ciudad, no sólo por ser uno de los cosos taurinos más grandes y antiguos, sino por su historia y tradición. La construcción de la plaza duró seis años y fue inaugurada en 1785. Reconocida como uno de los santuarios del toreo, adquiere su máximo esplendor cada septiembre con la vistosa corrida goyesca, una tradición que se remonta a 1954.


   Washington Irving, otro de los grandes Viajeros Románticos del siglo XIX, también llegó a conocer y disfrutar la que para muchos fue considerada como “ciudad soñada”, expresando con estas palabras algunas de sus sensaciones:
   “Ha habido tormenta esta noche, viento y lluvia. Miro por la ventana: es hermoso el efecto de la luz de la luna quebrando la niebla en el puente. Cuelgan blancas viviendas, que siguen el curso del río en el fondo del abismo”.       



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