Tierra de contrastes, el nombre de Sevilla evoca de inmediato a trajes de lunares, claveles al pelo, música, bailes, palmas y guitarras, ¡olé por sevillanas!, copas de fino, tapeo y noches de feria. Pero por otra parte, existe una fervorosa cultura religiosa, a veces difícil de entender para los visitantes, llena de solemnidad, propia del barroco andaluz, que muestra en
Es, sin lugar a dudas, un destino
irrenunciable. Además de contemplar la belleza de los innumerables edificios,
calles y plazas señaladas en los libros y guías, es una ciudad para pasear y
perderse, descubriendo tiendas típicas, tabernas, cafés y bares, observando
fachadas, …… La vida cotidiana es con frecuencia tan interesante como visitar
un monumento.
Sevilla posee uno de los cascos históricos
más extensos de Europa, y la mayoría de los monumentos y atracciones turísticas
pueden encontrarse dentro de los límites de la muralla de la antigua ciudad, la
cual ha ido desapareciendo con el paso de los años.
Cuentan los propios lugareños que al visitar
Sevilla es casi inevitable empezar por el barrio de Santa Cruz, uno de los más
representativos de la capital andaluza, pues guarda en sus callejuelas la
esencia y el carácter de la ciudad. Esta antigua judería conserva el trazado
laberíntico de la época medieval y convive con el esplendor de los grandes monumentos
sevillanos. Al lado encontramos la gran Catedral gótica con la torre de la Giralda , el Archivo de
Indias, los Reales Alcázares y el Hospital de los Venerables, entre otros.
En Santa Cruz hay una Sevilla de portales
que dejan entrever patios sombreados por limoneros, palmeras y geranios. Patios
de mármol y atmósfera monacal. Fachadas encaladas con rejas que cubren las
ventanas. La herencia árabe y judía de sus casas permanece en los patios,
espacios de frescor que algunos fueron decorados con fuentes a partir del siglo
XVI. Cualquier calleja se multiplica en otras, pero al final siempre hay una
pequeña plaza con naranjos, bares de tapas y restaurantes, ideales para hacer
una parada en el recorrido, como la de Doña Elvira, donde Don Juan Tenorio visitaba
a su amada Inés.
No muy lejos se localiza la Casa de Pilatos, un bello
ejemplo de arquitectura civil, pues muestra una sugerente mezcla de estilos,
con decoración mudéjar en su patio central.
Entre las calles más conocidas de esta zona
están, la del Agua, con algunos patios encantadores, la sinuosa calle Judería,
adosada a la muralla de los Reales Alcázares, y la calle Mateos Gago, una de
las más animadas, llena de tiendas y bares, donde sirven una amplia variedad de
tapas y montaditos.
Cuentan algunos que el origen del tapeo
viene de la costumbre sevillana de tapar la copa de vino con una loncha de
jamón para evitar que pierda su aroma. Las numerosas tabernas y bares de Santa
Cruz convierten a la antigua judería en un barrio muy apetecible para los
amantes de las tapas. Estamos en una de las rutas del tapeo.
Porque esta es en una tierra de contrastes y
Sevilla posee una luz intensa que invita al paseo. El callejón del Agua
desemboca en la plaza de Alfaro, con salida hacia los Jardines de Murillo, un
lugar idóneo para iniciar otro recorrido por la ciudad, cruzando la
Plaza Don Juan de Austria hasta el parque
de María Luisa, recorrer la plaza de España, la Fábrica de Tabacos, la Torre del Oro, la ribera del
Guadalquivir y la
Maestranza.
Sevilla está llena de jardines, pero el más
conocido y hermoso de todos es el que la infanta María Luisa donó a la ciudad
en 1893. Un enorme jardín botánico, un laberinto vegetal que parece imitar al
barrio de Santa Cruz pero ahora con frondosas avenidas, isletas de verde
oscuro, glorietas dedicadas a escritores como Bécquer, Cervantes o los hermanos
Machado y grandes árboles como falsos plátanos, ficus gigantescos, cipreses o
acacias, que dan sombra a todo este romántico espacio.
Entre el frescor y la sombra que aporta este
bello Parque María Luisa se abre otro lugar de encanto, otra seña de identidad
de la ciudad, el edificio de la plaza de España, símbolo de la Sevilla impulsiva de la
década de 1920.
Bordeada
por un canal con decorados puentes, produce una auténtica delicia recorrer el
amplio semicírculo de doscientos metros de diámetro que configura el trazado de
la plaza.
El ladrillo es el principal elemento
constructivo, adornado con revestimiento cerámico. Los grandes paneles de
azulejos dedicados a las provincias de nuestro país suponen un toque atractivo
para todos los curiosos. Este maravilloso espacio fue el centro de acogida de
visitantes durante la Exposición
Iberoamericana que tuvo lugar en 1929.
No deberíamos abandonar el recorrido por el
Parque sin antes recrearnos un poco en la Plaza de América, donde se dan cita tres
edificios con estilos distintos y muy representativos del regionalismo
sevillano. Esta mezcla de colores, de luces y sombras, de plantas y edificios
hechos con mimo, este amplio espacio que invita al paseo y al sosiego, es otra
joya de las muchas que esta ciudad posee. Más de un escritor han definido a
Sevilla como “la ciudad perfecta”.
De camino al Guadalquivir, subiendo por la
calle San Fernando, se pasa por la antigua Fábrica de Tabacos, hoy convertida
en la Universidad
de Sevilla, donde cuentan que trabajaban casi cinco mil mujeres liando tabaco,
en estas naves llenas de humedad y calor sofocante que las obligaba a
desnudarse de cintura para arriba.
Atrás queda la Puerta de Jerez, ahora
transformada en peatonal parece más amplia, y surge la Torre del Oro y el río
grande, el Guadalquivir, el Betis de los romanos, y el puente de San Telmo para
pasar a Triana. Dicen que el aire que trae el río fue formando poco a poco el carácter
de los trianeros, herederos del arte de la alfarería, la pesca y la navegación.
Hay que elegir entre la calle Betis, ribera
del Guadalquivir, para contemplar la otra orilla con una Giralda, vigilante,
que se asoma y resplandece; la fachada de la Maestranza , el coso taurino
más renombrado del mundo, y al fondo la Torre del Oro, que permanece como testigo mudo
del devenir histórico de Sevilla, de Triana y del Guadalquivir.
La Giralda , que asoma desde muchos lugares de la
ciudad, es otro de los símbolos indiscutibles de la capital andaluza. Medio
musulmana medio cristiana, aglutina con elegancia esa mezcla de culturas y
estilos que caracteriza la ciudad.
La Catedral constituye el tercer templo de la
cristiandad en dimensiones, únicamente superado por la basílica de San Pedro el
Vaticano y la catedral de San Pablo en Londres.
Otra opción es adentrarse hasta alcanzar la
calle Pureza y encontrar la
Capilla de los Marineros, donde recibe culto la Esperanza de Triana, una
imagen especial donde se postran
diariamente cientos de trianeros. Es bonito contemplar la sucesión de placas
dedicadas a los hijos ilustres, este es un barrio de artistas y toreros,
cultura popular y cante flamenco.
Un poco más adelante, la iglesia de Santa
Ana, la primera construida de nueva planta tras la reconquista de Sevilla por
Fernando III el Santo en 1248. Hasta llegar a la plaza del Altozano, uno de los
lugares más populares de Triana, el Castillo de San Jorge, sede de la antigua
Santa Inquisición en España y el famoso Puente de Triana.
Estamos en la Catedral de Sevilla, un
inmenso templo gótico, “montaña hueca”, “una iglesia tan grande que los que la
vieren nos hagan por locos” según cuenta la leyenda popular, construida en el
siglo XV sobre la mezquita árabe y llena de diferentes elementos
arquitectónicos, su Retablo Mayor representa el mayor alarde constructivo de la
cristiandad en este género. Alberga los restos de Fernando III, Cristóbal Colón
y de otros ilustres sevillanos.
Son innumerables los lienzos que se guardan
en su interior. Conocidas obras de Murillo, Zurbarán, Goya y de otros pintores
españoles y foráneos, son un interesante atractivo para los amantes de la
pintura. También podemos contemplar cientos de vidrieras y numerosas
esculturas.
El Patio de los Naranjos y la Giralda son los únicos
restos que perviven de la mezquita musulmana. La Giralda muestra sobre su
esbelto cuerpo de ladrillo almohade el campanario cristiano, coronado por una
estatua en forma de mujer con vestidura
clásica romana, que lleva en una mano un escudo y en la otra una palma. Esta
estatua es el “giraldillo”.
Al cuerpo de campanas se accede mediante 35
rampas, que circundan el interior de la torre, y un tramo final de 17 escalones
para acceder a la denominada Terraza de las Azucenas, que es la zona visitable.
La panorámica desde este privilegiado
mirador es sorprendente, por la vista que se consigue de diferentes lugares de
la ciudad, y por el paisaje lleno de agujas y arbotantes de la propia Catedral.
Hacia el otro lado, el patio de los
Naranjos, que fue patio de las abluciones de la antigua mezquita, donde los
creyentes musulmanes se purificaban antes de entrar para rezar, con sus
mosaicos construidos por azulejeros árabes, y la fuente central con una taza de
origen visigodo. Desde la calle se accede al patio a través de la puerta del
Perdón, con hojas de madera revestidas de bronce.
En esta zona monumental, a pocos metros se
localiza el Real Alcázar de Sevilla, un conjunto de palacios y jardines
rodeados por una muralla. Su historia abarca desde el siglo X hasta la
actualidad. Su origen data de la época del primer califa Abderramán III, pero
ha sido modificado por el paso de los sucesivos reyes cristianos.
Será Pedro I quién dé un impulso definitivo
al antiguo Alcázar musulmán transformándolo en un suntuoso palacio mudéjar.
Posteriormente Carlos V acabó de ampliar el complejo palaciego y construyó
buena parte de los jardines, con motivo de su boda en este lugar con su prima
Isabel de Portugal.
La entrada actual al Alcázar se realiza a
través de la Puerta
del León, llamada antiguamente puerta de la montería, por servir de
entrada o zaguán al patio de dicho nombre. Su construcción está realizada en
estilo almohade, cubierta por un panel de azulejos realizado en cerámica
trianera con un león coronado.
Una vez en el interior, contemplando los
patios, salas y jardines, parece como si nos trasladaran a un cuento de hadas o
al mundo de las mil y una noches. Llama la atención el Patio de las Doncellas,
un magnífico espacio rodeado por una galería de arcos polilobulados, característicos
de la dinastía almohade.
Entre los motivos decorativos destacan la
concha (símbolo de fertilidad y vida), la mano de Fátima (sinónimo de
protección), composiciones geométricas de lazo y decoración vegetal
esquematizada. La parte alta es una ampliación que hacen los Reyes Católicos.
Desde el Patio de las Doncellas podemos
acceder al Salón de Embajadores, conocido también como de la media naranja,
impresionante por su belleza, con una cúpula rematada por conchas de mocárabes
dorados y dos balcones añadidos. En ella el monarca solía recibir a las
visitas.
Y también el Patio de las Muñecas, la Sala gótica o de Carlos V, la Alcoba Real , Salón de Tapices,
y una amplia variedad de huecos con elementos de gran valor artístico que
completan este Palacio andalusí, mudéjar y renacentista.
El Real Alcázar posee, además, un remanso de
paz en el corazón de Sevilla, con unos extensos y frondosos jardines que
mezclan el concepto islámico y renacentista, con fuentes, glorietas, estatuas y
setos decorativos. Vale la pena sentarse a ver pasar el tiempo en el Jardín del
Estanque de Mercurio, oír el sonido del agua y dejarse atrapar durante un
instante por el sosiego antes de retornar al bullicio de las calles.
Saldremos de este encantador complejo
monumental, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987, junto a la Catedral de Sevilla y el
Archivo de Indias, por el apeadero y el Patio de Banderas, desde donde podremos
visualizar, una vez más, la torre de la Giralda.
En el exterior, podemos situarnos en la
plaza de los Reyes, donde se alinean los tradicionales coches de caballos, o
dirigirnos a la avenida de la
Constitución , por donde circula el nuevo tranvía Metrocentro.
En ambos casos el objetivo es acercarnos hasta la Plaza Nueva y observar la
elegante y trabajada fachada del Ayuntamiento, un edificio histórico que
constituye una de las muestras más notables de la arquitectura plateresca.
Para luego dar una vuelta por la tradicional
y concurrida calle Sierpes, peatonal, llena de tiendas de todo tipo,
cafeterías, confiterías, y tabernas, por lo que siempre hay mucha animación.
Estamos en el Centro de Sevilla y gran parte de esta zona se ha peatonalizado,
por lo que se ha convertido en un espacio comercial muy atractivo para
sevillanos y visitantes.
Como ya se ha expuesto esta es una tierra de
contrastes, incluso se habla de la dualidad de Sevilla que va de la élite a la
plebe, de la caseta exclusiva al jolgorio callejero, de la bulla de la Macarena a la solemnidad
del Señor de las Penas. Pienso que el tópico desaparece recorriendo sus calles,
visitando sus barrios y contemplando sus monumentos.
Por eso una última propuesta, realizando un
pequeño recorrido desde la plaza de San Pedro, visitando el Palacio de las
Dueñas, pasando por la plaza Santa Isabel, la calle de San Luis hasta
desembocar en las Murallas de la
Macarena y el Arco de este nombre. Restos de la antigua
ciudad amurallada.
El corazón de este popular barrio lo
constituye la Basílica
de la Macarena ,
un templo contemporáneo, donde se venera a la Dolorosa de Sevilla, la Macarena , cuya devoción
traspasa las fronteras de la ciudad.
El regreso lo hacemos por la animada calle
de la Feria ,
donde se encuentra la
Parroquia de Omnium Sanctorum, otro de los muchos ejemplos de
templos mudéjares que se levantan en la Sevilla del siglo XIV, y llegar al Metropol
Parasol, una peculiar, voluminosa y moderna estructura de madera con núcleo de
hormigón ubicada en la céntrica plaza de la Encarnación. Un
nuevo contraste que no merece la aprobación de todos los sevillanos.
Al final de este viaje me quedo con la copla
y la canción:
Sevilla tiene un color especial,
Sevilla sigue teniendo su duende.
Me sigue oliendo a azahar, me gusta estar con su gente.
Me sigue oliendo a azahar, me gusta estar con su gente.
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