Nº visitantes

jueves, 21 de noviembre de 2013

SEVILLA



      Tierra de contrastes, el nombre de Sevilla evoca de inmediato a trajes de lunares, claveles al pelo, música, bailes, palmas y guitarras, ¡olé por sevillanas!, copas de fino, tapeo y noches de feria. Pero por otra parte, existe una fervorosa cultura religiosa, a veces difícil de entender para los visitantes, llena de solemnidad, propia del barroco andaluz, que muestra en la Semana Santa su sentido más profundo y multitudinario. Con hermandades y cofradías que mantienen vivo ese sentimiento durante todo el año, con continuas procesiones y celebraciones.



   Es, sin lugar a dudas, un destino irrenunciable. Además de contemplar la belleza de los innumerables edificios, calles y plazas señaladas en los libros y guías, es una ciudad para pasear y perderse, descubriendo tiendas típicas, tabernas, cafés y bares, observando fachadas, …… La vida cotidiana es con frecuencia tan interesante como visitar un monumento.
   Sevilla posee uno de los cascos históricos más extensos de Europa, y la mayoría de los monumentos y atracciones turísticas pueden encontrarse dentro de los límites de la muralla de la antigua ciudad, la cual ha ido desapareciendo con el paso de los años.


   Cuentan los propios lugareños que al visitar Sevilla es casi inevitable empezar por el barrio de Santa Cruz, uno de los más representativos de la capital andaluza, pues guarda en sus callejuelas la esencia y el carácter de la ciudad. Esta antigua judería conserva el trazado laberíntico de la época medieval y convive con el esplendor de los grandes monumentos sevillanos. Al lado encontramos la gran Catedral gótica con la torre de la Giralda, el Archivo de Indias, los Reales Alcázares y el Hospital de los Venerables, entre otros.


   En Santa Cruz hay una Sevilla de portales que dejan entrever patios sombreados por limoneros, palmeras y geranios. Patios de mármol y atmósfera monacal. Fachadas encaladas con rejas que cubren las ventanas. La herencia árabe y judía de sus casas permanece en los patios, espacios de frescor que algunos fueron decorados con fuentes a partir del siglo XVI. Cualquier calleja se multiplica en otras, pero al final siempre hay una pequeña plaza con naranjos, bares de tapas y restaurantes, ideales para hacer una parada en el recorrido, como la de Doña Elvira, donde Don Juan Tenorio visitaba a su amada Inés.


   No muy lejos se localiza la Casa de Pilatos, un bello ejemplo de arquitectura civil, pues muestra una sugerente mezcla de estilos, con decoración mudéjar en su patio central.
   Entre las calles más conocidas de esta zona están, la del Agua, con algunos patios encantadores, la sinuosa calle Judería, adosada a la muralla de los Reales Alcázares, y la calle Mateos Gago, una de las más animadas, llena de tiendas y bares, donde sirven una amplia variedad de tapas y montaditos.



   Cuentan algunos que el origen del tapeo viene de la costumbre sevillana de tapar la copa de vino con una loncha de jamón para evitar que pierda su aroma. Las numerosas tabernas y bares de Santa Cruz convierten a la antigua judería en un barrio muy apetecible para los amantes de las tapas. Estamos en una de las rutas del tapeo.


   Porque esta es en una tierra de contrastes y Sevilla posee una luz intensa que invita al paseo. El callejón del Agua desemboca en la plaza de Alfaro, con salida hacia los Jardines de Murillo, un lugar idóneo para iniciar otro recorrido por la ciudad, cruzando la Plaza Don Juan de Austria hasta el parque de María Luisa, recorrer la plaza de España, la Fábrica de Tabacos, la Torre del Oro, la ribera del Guadalquivir y la Maestranza.


   Sevilla está llena de jardines, pero el más conocido y hermoso de todos es el que la infanta María Luisa donó a la ciudad en 1893. Un enorme jardín botánico, un laberinto vegetal que parece imitar al barrio de Santa Cruz pero ahora con frondosas avenidas, isletas de verde oscuro, glorietas dedicadas a escritores como Bécquer, Cervantes o los hermanos Machado y grandes árboles como falsos plátanos, ficus gigantescos, cipreses o acacias, que dan sombra a todo este romántico espacio.



   Entre el frescor y la sombra que aporta este bello Parque María Luisa se abre otro lugar de encanto, otra seña de identidad de la ciudad, el edificio de la plaza de España, símbolo de la Sevilla impulsiva de la década de 1920.
Bordeada por un canal con decorados puentes, produce una auténtica delicia recorrer el amplio semicírculo de doscientos metros de diámetro que configura el trazado de la plaza.



   El ladrillo es el principal elemento constructivo, adornado con revestimiento cerámico. Los grandes paneles de azulejos dedicados a las provincias de nuestro país suponen un toque atractivo para todos los curiosos. Este maravilloso espacio fue el centro de acogida de visitantes durante la Exposición Iberoamericana que tuvo lugar en 1929.


   No deberíamos abandonar el recorrido por el Parque sin antes recrearnos un poco en la Plaza de América, donde se dan cita tres edificios con estilos distintos y muy representativos del regionalismo sevillano. Esta mezcla de colores, de luces y sombras, de plantas y edificios hechos con mimo, este amplio espacio que invita al paseo y al sosiego, es otra joya de las muchas que esta ciudad posee. Más de un escritor han definido a Sevilla como “la ciudad perfecta”.


   De camino al Guadalquivir, subiendo por la calle San Fernando, se pasa por la antigua Fábrica de Tabacos, hoy convertida en la Universidad de Sevilla, donde cuentan que trabajaban casi cinco mil mujeres liando tabaco, en estas naves llenas de humedad y calor sofocante que las obligaba a desnudarse de cintura para arriba.


   Atrás queda la Puerta de Jerez, ahora transformada en peatonal parece más amplia, y surge la Torre del Oro y el río grande, el Guadalquivir, el Betis de los romanos, y el puente de San Telmo para pasar a Triana. Dicen que el aire que trae el río fue formando poco a poco el carácter de los trianeros, herederos del arte de la alfarería, la pesca y la navegación. 


      Hay que elegir entre la calle Betis, ribera del Guadalquivir, para contemplar la otra orilla con una Giralda, vigilante, que se asoma y resplandece; la fachada de la Maestranza, el coso taurino más renombrado del mundo, y al fondo la Torre del Oro, que permanece como testigo mudo del devenir histórico de Sevilla, de Triana y del Guadalquivir.


   Otra opción es adentrarse hasta alcanzar la calle Pureza y encontrar la Capilla de los Marineros, donde recibe culto la Esperanza de Triana, una  imagen especial donde se postran diariamente cientos de trianeros. Es bonito contemplar la sucesión de placas dedicadas a los hijos ilustres, este es un barrio de artistas y toreros, cultura popular y cante flamenco.



   Un poco más adelante, la iglesia de Santa Ana, la primera construida de nueva planta tras la reconquista de Sevilla por Fernando III el Santo en 1248. Hasta llegar a la plaza del Altozano, uno de los lugares más populares de Triana, el Castillo de San Jorge, sede de la antigua Santa Inquisición en España y el famoso Puente de Triana.



   La Giralda, que asoma desde muchos lugares de la ciudad, es otro de los símbolos indiscutibles de la capital andaluza. Medio musulmana medio cristiana, aglutina con elegancia esa mezcla de culturas y estilos que caracteriza la ciudad.



   Estamos en la Catedral de Sevilla, un inmenso templo gótico, “montaña hueca”, “una iglesia tan grande que los que la vieren nos hagan por locos” según cuenta la leyenda popular, construida en el siglo XV sobre la mezquita árabe y llena de diferentes elementos arquitectónicos, su Retablo Mayor representa el mayor alarde constructivo de la cristiandad en este género. Alberga los restos de Fernando III, Cristóbal Colón y de otros ilustres sevillanos.


   Son innumerables los lienzos que se guardan en su interior. Conocidas obras de Murillo, Zurbarán, Goya y de otros pintores españoles y foráneos, son un interesante atractivo para los amantes de la pintura. También podemos contemplar cientos de vidrieras y numerosas esculturas.


   La Catedral constituye el tercer templo de la cristiandad en dimensiones, únicamente superado por la basílica de San Pedro el Vaticano y la catedral de San Pablo en Londres.
   El Patio de los Naranjos y la Giralda son los únicos restos que perviven de la mezquita musulmana. La Giralda muestra sobre su esbelto cuerpo de ladrillo almohade el campanario cristiano, coronado por una estatua  en forma de mujer con vestidura clásica romana, que lleva en una mano un escudo y en la otra una palma. Esta estatua es el “giraldillo”.


   Al cuerpo de campanas se accede mediante 35 rampas, que circundan el interior de la torre, y un tramo final de 17 escalones para acceder a la denominada Terraza de las Azucenas, que es la zona visitable.



   La panorámica desde este privilegiado mirador es sorprendente, por la vista que se consigue de diferentes lugares de la ciudad, y por el paisaje lleno de agujas y arbotantes de la propia Catedral.


   Hacia el otro lado, el patio de los Naranjos, que fue patio de las abluciones de la antigua mezquita, donde los creyentes musulmanes se purificaban antes de entrar para rezar, con sus mosaicos construidos por azulejeros árabes, y la fuente central con una taza de origen visigodo. Desde la calle se accede al patio a través de la puerta del Perdón, con hojas de madera revestidas de bronce.
   En esta zona monumental, a pocos metros se localiza el Real Alcázar de Sevilla, un conjunto de palacios y jardines rodeados por una muralla. Su historia abarca desde el siglo X hasta la actualidad. Su origen data de la época del primer califa Abderramán III, pero ha sido modificado por el paso de los sucesivos reyes cristianos. 



   Será Pedro I quién dé un impulso definitivo al antiguo Alcázar musulmán transformándolo en un suntuoso palacio mudéjar. Posteriormente Carlos V acabó de ampliar el complejo palaciego y construyó buena parte de los jardines, con motivo de su boda en este lugar con su prima Isabel de Portugal.



   La entrada actual al Alcázar se realiza a través de la Puerta del León, llamada antiguamente puerta de la montería, por servir de entrada o zaguán al patio de dicho nombre. Su construcción está realizada en estilo almohade, cubierta por un panel de azulejos realizado en cerámica trianera con un león coronado. 


   Una vez en el interior, contemplando los patios, salas y jardines, parece como si nos trasladaran a un cuento de hadas o al mundo de las mil y una noches. Llama la atención el Patio de las Doncellas, un magnífico espacio rodeado por una galería de arcos polilobulados, característicos de la dinastía almohade.
   Entre los motivos decorativos destacan la concha (símbolo de fertilidad y vida), la mano de Fátima (sinónimo de protección), composiciones geométricas de lazo y decoración vegetal esquematizada. La parte alta es una ampliación que hacen los Reyes Católicos.



   Desde el Patio de las Doncellas podemos acceder al Salón de Embajadores, conocido también como de la media naranja, impresionante por su belleza, con una cúpula rematada por conchas de mocárabes dorados y dos balcones añadidos. En ella el monarca solía recibir a las visitas.
   Y también el Patio de las Muñecas, la Sala gótica o de Carlos V, la Alcoba Real, Salón de Tapices, y una amplia variedad de huecos con elementos de gran valor artístico que completan este Palacio andalusí, mudéjar y renacentista.



   El Real Alcázar posee, además, un remanso de paz en el corazón de Sevilla, con unos extensos y frondosos jardines que mezclan el concepto islámico y renacentista, con fuentes, glorietas, estatuas y setos decorativos. Vale la pena sentarse a ver pasar el tiempo en el Jardín del Estanque de Mercurio, oír el sonido del agua y dejarse atrapar durante un instante por el sosiego antes de retornar al bullicio de las calles.


   Saldremos de este encantador complejo monumental, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987, junto a la Catedral de Sevilla y el Archivo de Indias, por el apeadero y el Patio de Banderas, desde donde podremos visualizar, una vez más, la torre de la Giralda.


   En el exterior, podemos situarnos en la plaza de los Reyes, donde se alinean los tradicionales coches de caballos, o dirigirnos a la avenida de la Constitución, por donde circula el nuevo tranvía Metrocentro. En ambos casos el objetivo es acercarnos hasta la Plaza Nueva y observar la elegante y trabajada fachada del Ayuntamiento, un edificio histórico que constituye una de las muestras más notables de la arquitectura plateresca.


   Para luego dar una vuelta por la tradicional y concurrida calle Sierpes, peatonal, llena de tiendas de todo tipo, cafeterías, confiterías, y tabernas, por lo que siempre hay mucha animación. Estamos en el Centro de Sevilla y gran parte de esta zona se ha peatonalizado, por lo que se ha convertido en un espacio comercial muy atractivo para sevillanos y visitantes.


   Como ya se ha expuesto esta es una tierra de contrastes, incluso se habla de la dualidad de Sevilla que va de la élite a la plebe, de la caseta exclusiva al jolgorio callejero, de la bulla de la Macarena a la solemnidad del Señor de las Penas. Pienso que el tópico desaparece recorriendo sus calles, visitando sus barrios y contemplando sus monumentos.


   Por eso una última propuesta, realizando un pequeño recorrido desde la plaza de San Pedro, visitando el Palacio de las Dueñas, pasando por la plaza Santa Isabel, la calle de San Luis hasta desembocar en las Murallas de la Macarena y el Arco de este nombre. Restos de la antigua ciudad amurallada.



   El corazón de este popular barrio lo constituye la Basílica de la Macarena, un templo contemporáneo, donde se venera a la Dolorosa de Sevilla, la Macarena, cuya devoción traspasa las fronteras de la ciudad.



   El regreso lo hacemos por la animada calle de la Feria, donde se encuentra la Parroquia de Omnium Sanctorum, otro de los muchos ejemplos de templos mudéjares que se levantan en la Sevilla del siglo XIV, y llegar al Metropol Parasol, una peculiar, voluminosa y moderna estructura de madera con núcleo de hormigón ubicada en la céntrica plaza de la Encarnación. Un nuevo contraste que no merece la aprobación de todos los sevillanos.
   Al final de este viaje me quedo con la copla y la canción:
         Sevilla tiene un color especial, Sevilla sigue teniendo su duende.
         Me sigue oliendo a azahar, me gusta estar con su gente.






No hay comentarios:

Publicar un comentario